(Por Antonio Rangel)
No existe en el griego una palabra que, expresamente, designe el concepto cristiano de la humildad. Por ello la Escritura debe recurrir a las imágenes del siervo, el pobre y el niño.
Tapeinophrosune es la palabra griega que en el Nuevo Testamento se traduce como "humildad". Tapeinos podría ser traducido como bajo, poco elevado, pequeño; estrecho, insignificante, pobre, débil; humilde sumiso, modesto... entre otros términos.
La humildad, en primer término, se opone a la rivalidad y a la vanagloria. En la cultura en que vivimos se exalta la competencia, cada persona trata de superar al otro para obtener mayores ganancias, más poder, o, de cualquier manera, una mayor aceptación social. La rivalidad supone subir siempre un escalón, a costa o en detrimento del otro; esto sucede porque nosotros creemos siempre que somos más importantes que los demás.
Cuando somos humildes, consideramos a los demás como más importantes, lo cual nos lleva dos cosas:
- Priorizamos lo que hacemos, sentimos y pensamos en beneficio del otro
- Creemos que el otro es tan importante y digno que es capaz de darnos algo que valga la pena. Aceptamos lo que nos ofrece, y al aceptarlo, lo aceptamos a él mismo.
Priorizar al otro implica a estar dispuesto a sufrir, para que el otro no sufra. Esta es la diferencia entre ser humilde y ser masoquista. El segundo pone la mira en si mismo y sufre por sufrir; el primero acepta el dolor, porque considera al otro más importante.
Debemos ser humildes porque Jesús lo fue. A través de la lectura de Filipenses 2:3-11 podemos valorar lo que Cristo hizo por nosotros en toda su magnitud. Aquí Cristo se humilló (v. 8), despojándose así mismo de su divinidad y convirtiéndose en siervo (esclavo) por amor a nosotros (vv. 6-7).
Jesús decide despojarse de su condición divina, no porque fuera un amante del dolor, sino precisamente por lo contrario: porque quería redimirnos del dolor.
La humildad es la plenitud del amor. El amor lo da todo, porque quien ama cree que es suficientemente rico para dar. El que se humilla pone al otro como lo más importante de la vida, porque se siente lo suficientemente pobre para acogerse a sus designios.
A veces pensamos que la humildad es una especie de falsa modestia donde el implicado se cree artificialmente pequeño. Pero la humildad no es un delirio de pequeñez; es por el contrario, asumir en plenitud el sentido de la realidad.
Por último diremos que Dios tiene de lejos al soberbio, pero de cerca al humilde.
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